viernes, 28 de octubre de 2016

INVITACIÓN

Con motivo del XXX aniversario, la Asociación Amigos de los Jardines de la Oliva, ha confeccionado un programa con una serie de jornadas y conferencias que comenzarán este viernes con la jornada medioambiental en el Jardín Americano, a las 12:00 h donde se realizara una visita guiada y se plantara un Tecoma chileno 


Por la tarde a las 19.30 h y en la sede de la asociación. El arquitecto paisajista, Ricardo Librero López, dará una conferencia sobre el diseño del Jardín Americano

El día 2 de noviembre, José Elías Bonells, ex adjunto a la Jefatura de Parques y Jardines de esta ciudad, hablará sobre la dignidad de los árboles, será a ñas 19.30 en la sede de la Asociación

Día 3, Lourdes Páez Mora, conservadora del Museo de Bellas Artes de Sevilla, a las 19,30 h  hablara sobre la obra del pintor Genaro Pérez Villamil en Sevilla, a continuación el Presidente de la Asociación nos contara como plantar los bulbos, repartiendo alguno 
se invita a quien quiera asistir 

jueves, 27 de octubre de 2016

Nicolás Salas, artículo Correo de Andalucia




«Escribí mi primer artículo en papel de envolver jamón» 

Para los de izquierdas era un cavernícola; para los de derechas, un rojo. Pero él siguió fiel a su destino de periodista, un oficio que considera muerto

Él no lo supo hasta mucho después, pero Nicolás Salas empezó a ser periodista el día en que su tío José, arrancándolo del regazo de su madre, lo tiró por la ventanilla del tren en la estación. Allí lo esperaba un tal Bernardo, camarero, con quien estaba convenida la operación de rescate. Tras haber sido abandonados por el padre en Valencia, la señora acertó a rehacer su vida en Barcelona y allá que se lo quería llevar. ¿Pero qué va a hacer el niño en Barcelona, Carmencita? ¡El niño no se va!, repuso entonces su tío, que sin ser de su sangre fue un verdadero padre de la cabeza a los pies, «un superpadre» para aquel pequeño, entonces llamado Colín. Ahora, con 83 años cumplidos y en la cima de su lucidez, cuenta aquellos y otros episodios de su vida con la sonrisa cascabelera de un chiquillo, la espontaneidad y el arranque salpicado de tacos de un adolescente y la emoción al punto de la lágrima de un señor mayor. Sobre todo, cuando recuerda a la veintena de amigos que cita siempre con sus dos apellidos y a los que, según dice, debe todo cuanto fue.

«Soy sevillano desde que me tiraron por aquella ventanilla», dice, jocoso, quien con los años se convertiría en el director del más exitoso ABC de Sevilla jamás conocido, el de los 86.000 periódicos vendidos cada domingo, previo paso por otras redacciones y por otros oficios, como suele ser habitual en estas lides. El destino de periodista lo había llamado a filas ya con diez u once años en su casa de la Pañoleta, donde su tío regentaba el restaurante Rancho Alegre. «Allí hacía yo mis periódicos. Escribía de Truman, de la bomba atómica... no te puedes imaginar». Ese mismo destino que lo había arrojado al andén años atrás le puso por delante al secretario de Camas, Manuel Alarcón Martín, que de camino iba todas las tardes al bar a tomar café. «Y me decía: Colín, ¿tú quieres ser periodista? ¡Pues claro!, le dije yo». Aquel hombre, abogado, le dio una tarjeta de un amigo suyo, director del periódico Sevilla, Celestino Fernández Ortiz, y allá que se fue él con sus reportajes sobre Truman y el jaleo nuclear. «Cogí todos mis artículos aquellos, me puse unos pantalones largos que me había prestado un amigo (porque yo solo los tenía cortos) y me fui andando desde la Pañoleta hasta la calle Santander en vez de coger el tranvía. Era mayo del año 50». Don Celestino lo recibió al fin y con la lógica condescendencia le explicó que allí de política exterior solo escribía él y que no era plan que viniera nadie a pretender quitarle el trabajo, pero que el asunto tenía remedio, habiendo tantas cositas locales de las que poder hablar. Así que, tras valorar que se avecinaba la cosecha, saber que el chiquillo vivía en la Pañoleta y barruntar que allí, a decir de la gente, había bastante campo, le encargó un artículo titulado El campo en la actualidad. Colín se juntó con el arrendatario del maizal de enfrente del restaurante y de la charla con él obtuvo los datos. «¿Y cómo lo escribo?», me pregunté. Pues nada: allí donde yo vivía, en la esquina que va para Camas y Castilleja, había y sigue habiendo la Bodega San Rafael, que tenía dentro un bar y una tienda de comestibles. Aquello era de Edelmiro Rodríguez, que tenía dos hijos, Edelmiro y Juanito, y éramos muy amigos. Me dejaron escribir en una máquina que tenían, una Remington. Y me dicen: El papel más bueno que tenemos es el del jamón. Y en un pliego de envolver el jamón escribí mi primer artículo, El campo en la actualidad. Cuando salió publicado era bastante distinto de lo que yo había escrito. Salió en el centro de dos páginas y cogía medio artículo en una y el otro medio en la otra, y yo estaba que parecía que me había tocado el gordo de Navidad. Además, firmé Nicolás de Salas, nada de... ja, ja, ja».

Pero el periodismo, que putea a todos sus devotos como buena religión, le tenía previsto ya por aquel entonces su primer desplante: la repentina muerte de su tío lo dejó «con una mano delante y otra detrás», y echando a un lado sus delirios de plumilla intentó ganarse la vida en la Legión. «Pero el sargento que había allí me dijo: Mira, hijo, tú no puedes ser legionario porque eres una calamidad física. Yo pesaba 48 kilos y siempre he sido muy inútil físicamente. ¡Ahora estoy rey! Yo no me he muerto catorce o quince veces de milagro. Yo hasta que me casé no me puse bueno. Me casé y se terminaron todas las enfermedades. Hasta los 28 años en que me casé, yo era una calamidad viva». De vuelta de la Legión acabó entrando de aprendiz en un comercio textil de la calle O’Donnell, Almacenes Santos. «Todavía se pueden ver allí sus grandes cristaleras», comenta Nicolás. Para no tener que barrer y limpiar esos cristales, que le daba vergüenza, se fue para el encargado, Lebrato, y le dijo que por qué no cortaban todo el muletón que había sobrado de hacer los forros de las pellizas de los soldados y los vendían para algofifas. La ocurrencia gustó tanto que esa noche lo pusieron de rodillas en medio de todos y allí mismo, con un metro a modo de espada y fingiendo una solemnidad que era puro cachondeo, lo nombraron Representante de Algofifas como a quien nombran caballero. En una semana había vendido todo el muletón por los bares y las freidurías del barrio. «Me dice Lebrato: Pues ahora tendremos que inventarnos otra cosa si no quieres limpiar cristales, por ejemplo vender sábanas, toallas y esas cosas, para las pensiones. Y el muy cabrón me dice: El primer sitio adónde vas a ir va a ser a la pensión esa que está en la calle Olavide, que era una casa de putas y yo no lo sabía. Y yo me presento allí con mi caja. Dentro había un patio y una enorme cornucopia. En las paredes, los retratos de Franco, José Antonio y Fleming, y un Corazón de Jesús. Yo me quedé mirando todo aquello diciéndome qué cosa más rara. Total, que salió una señora, le enseñé lo que llevaba y ella llamó a las niñas y empezaron a salir de un lado y de otro». Tan famoso se hizo con sus ventas a discreción que lo llamaron de otro comercio de la calle Francos, ya para ser dependiente. Y cosas del azar, allí estaba Lanas Parejo, la tienda del padre de Antonia, la que acabaría siendo su esposa con los años. De allí pasó a trabajar con un impresor en Luis Montoto haciendo una revista de motos y el Serva, «la primera publicación que tuvo el Sevilla FC». Dando un rodeo, había vuelto al periodismo. La Hoja del Lunes, El Correo, Oiga...

«¿Que si me he arrepentido alguna vez de este oficio? Todo lo contrario», repone Nicolás Salas. «Ser periodista es lo mejor que he podido ser en mi vida. Es lo que me ha facilitado hacer el bien, luchar por la verdad y por los desfavorecidos». Eran otros tiempos, dice. «No reconozco el periodismo de hoy», afirma a quemarropa. Asegura que ya lo predijo en el 81, en su discurso de agradecimiento por el Premio Luca de Tena, gracias a su singular talento para predecir acontecimientos venideros. «Y vi lo que se venía encima: la desaparición del periodismo, porque había desaparecido la empresa periodística. Si no hay empresa periodística, no puede existir el periodismo. Esa es la clave. Si hay empresa periodística, hay directores y hay redacciones; si no, no puede haber nada. Y la empresa periodística se fue a la mierda. Fue avasallada, triturada, comprada por los que quieren usar los periódicos para su beneficio particular, no para defender la verdad ni mucho menos a la sociedad. Y por supuesto, la profesión ha sido laminada, ha desaparecido. Hoy no existe el periodismo. Existen funcionarios, personas que trabajan para periódicos como podrían trabajar en una ferretería. Porque se ha perdido la independencia».

Habla maravillas de la redacción que él gobernó durante seis años. «Y todos eran comunistas o socialistas» confiesa, y eso que era el ABC. «Me decía Guillermo Luca de Tena: Pero vamos a ver, Nicolás, ¿cómo es posible que hagas un periódico tan de derechas y tan conservador con una redacción en la que son todos rojos? Florencio, Carrizosa, toda la patulea, más rojos que la gran puñeta y todos con veinte años. Y digo: Pues muy sencillo, porque son profesionales antes que comunistas». Y si no, por si acaso, él revisaba todos los días hasta los anuncios por palabras, uno a uno. «El que no me entraba por el ojo, lo quitaba». Los que sí que arrancó de cuajo fueron los de contactos. «Me parecía una inmoralidad defender en el editorial y en la portada una filosofía de vida y luego en las últimas páginas ofrecer pornografía». Al día siguiente de dejar la dirección, salieron dos páginas de contactos. «Estaba ya preparado, ja, ja».

Nicolás Salas tiene una enfermedad crónica de sus tiempos de periodista que no ha logrado curarse: se acuesta a las tres y media o las cuatro de la madrugada y se levanta más allá de las diez. Para compensar el destrozo, duerme siesta a diario de forma irrenunciable, en la cama y al estilo de Cela: pijamita, padrenuestro y orinal. «Ya los periódicos no se hacen así», comenta. «Y eso que cuando fui director conseguí cerrar a las diez de la noche, porque antes se cerraba a las cuatro o las cinco de la mañana, ¡el cierre!, pero para cambiar eso tuve que enfrentarme a todo el mundo, porque, curiosamente, los más beneficiados eran los más reacios».

Aquella fue, dice él sin dudarlo, «la etapa más brillante» de su «vida interior». Y eso que estaba «totalmente solo» ante el peligro. «Solo contaba con la esperanza y la confianza de mis tres banderilleros, que estaban en tres fotitos delante de mí, en mi despacho: Sor Ángela, el padre Tarín y Spínola. Y lo fueron». El problema se resumía en una contradicción: él, como director de ABC, «era rojo para las derechas y cavernícola para las izquierdas. Hicieras lo que hicieras, nunca dabas en el clavo». Para ambas facciones políticas tiene un par de cosas que decir: «La derecha social es insaciable y la derecha política es una mafia. Y en la izquierda pasa exactamente lo mismo. Los de Fuerza Nueva fueron a pegarle una vez, cuenta, por defender la bandera de Andalucía, una de sus grandes batallas periodísticas. «Entonces no había seguridad en los periódicos ni nada. Yo estaba dando una conferencia en Aracena y cuando volví por la noche me dice el secretario, Manuel Rodela Medina: Nicolás, te has salvado de una buena. Cuando me doy cuenta han entrado en tu despacho varios cafres. Venían a darte una paliza, y si llegas a estar te la dan, claro». No fue la única vez que sospecha que le quisieron partir la crisma, entre los juramentos de los carniceros de la Encarnación, las pintadas por toda Sevilla –y, en particular, debajo de su casa–, las amenazas de la ETA y del Grapo... Una vez llamaron a su mujer y le hicieron creer que se había matado en el coche camino de Madrid. Las horas que mediaron hasta que él acertó a llamar al periódico fueron angustiosas para todos, en especial para su esposa, que si no picó el anzuelo fue por lo bien «aleccionada» que estaba por su marido, a la voz de «no te creas nada de lo que te digan, salvo que te lo diga Rodela o yo mismo».

Pues sí, pues sí: «La izquierda estaba siempre contra el periódico y contra mí, pero eso lo consideraba una obligación moral de ellos, porque para ellos ABC era el demonio. Pero la derecha, a la que yo defendí exponiendo mi vida, consideraba que el periódico era suyo y que el director tenía que ser un amanuense a su servicio. La derecha no solo quería que se la defendiera, sino también que se hiciera lo que ellos creían que tenía que hacerse. Y si no, eras un rojo. Esa sevillanía asquerosa y repugnante que se cree dueña de la ciudad».

Como llegó a tener una sección de tráfico en el periódico, Joaquín Romero Murube le puso de apodo Semaforito, y el editor José Manuel Lara se lo copió. Fue Lara quien le publicó su primer libro, Andalucía, los siete círculos viciosos del subdesarrollo, con los artículos de la sección que le habían prohibido, Números cantan. Aquí, no había manera. He ahí Sevilla.

Una de las grandes virtudes de ser Nicolás Salas es que uno puede repartir estopa sin recato y de forma bien argumentada a todo el que la vaya pidiendo a gritos. En su opinión, aquí más temprano que tarde acabará habiendo una guerra civil tras la desmembración de España. De los grandes partidos dice que son «el cáncer» del país. «Son dos partidos indeseables, mafiosos, que deben desaparecer y refundarse». De los otros.... Ciudadanos dice que no le sirve, y a Podemos lo pone a caer de un burro. Él se declara abiertamente joseantoniano y republicano, «que son dos utopías». Hay tantas cosas que no se explica de los políticos... Por ejemplo, que con tantos años de ayuntamiento socialista no haya habido «un solo concejal» en Sevilla que haya dicho que qué pasa con el Patio de los Naranjos, que se le prestó a la Catedral para una exposición en el 92 «y que no devuelven porque no les sale de los cojones». «Y esto es solo un ejemplo; nos podríamos pasar dos días». Porque Sevilla es así, «una ciudad que se autodestruye cíclicamente». Y además, «como te alces en defensor, te patean». Que tenga que venir a decirlo un valenciano...